viernes, 19 de junio de 2009

Caminamos creyendo que buscamos algo, que al final del camino encontraremos un fin. Pero en la mitad del mismo, nos caemos y ahí nos damos cuenta de que no todo se da tan fácilmente. Pero nos levantamos, seguimos caminando y después de la segunda caída nos replanteamos el camino que estamos tomando. Nos preguntamos si al otro también le es tan difícil continuar, o si somos únicos. Resistiendo nos paramos, y sin cambiar de dirección, caminamos. Y sucede una tercera caída, la que nos quiebra en mil pedazos, porque es tan fuerte el golpe que es imposible sobrevivir. Pero respiramos, nos damos cuenta de que no morimos y convenciéndonos de que podemos, nos levantamos. Pero no seguimos, ahora nos preguntamos que estamos buscando, y sin poder responder a una simple pregunta, miramos para todos lados. Vemos otros caminos, gente cayéndose y levantándose. Reconocemos caras y otras nos parecen nuevas. Lloramos por impotencia, por dolor, porque se nos hace difícil. Gritamos en silencio, porque no queremos que nos veamos derrotados. Y reímos para calmar la confusión.
Comenzamos a caminar nuevamente, pero esta vez doblamos tomando otra ruta, y nos caemos de nuevo. Ahora rojos de la rabia puteamos a la virgen, a dios y a todo ser viviente en la tierra. Decidimos sentarnos a esperar, qué, no se sabe pero esperamos. Y pasa el tiempo, los ojos se cansan, queremos acostarnos. La piel se torna fría y dejamos de respirar. Nos venció el camino incorrecto.

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