jueves, 12 de marzo de 2009

"...Por primera vez vislumbrò por què los hombres fà ciles y amorosos que habìa tenido habìan acabo por despertar en ella una especie de crueldad, incluso a veces una violencia verbal inusitada, una fuerza destructiva que casi le daba miedo, una energìa polemizadora que la hacìa desgraciada y a ellos tambièn. Comenzò a entender que no podìa o no estaba preparada, para dar amor a cambio sòlo de amor y de un puñado de virtudes estàndar. Ademàs, no sabìa què hacer con los hombres que venìan con las manos cargadas de amor y, al no saber què hacer, se sentìa culpable por ello. Entendiò que lo que querà de ellos no era que la adorasen, sino que la hicieran enloquecer de amor. A ella. Le vino a la memoria un libro leìdo a los diecisèis alis, L' amour fou, de Andrès Breton. Habìa un cielo luminoso en la portada, y una frase sonreimpresa que siempre le habìa provocado un sentimiento ambiguo. <<>> A los diecisèis años no entendìa què le molestaba de la frase, la sentìa como un malentendido que no sabìa descifrar. Ahora lo sabìa: era la forma pasiva. Ella queria dar, no recibir. La dejaba helada la idea de sentirse reclamada, necesitada, objeto de adoraciòn. La aburrìa. En cambio, adorar con locura, sentir una sed infinita y demorar la saciedad(la odiosa saciedad), eso queria. Y para eso necesitaba un hombre que no estuviera nunca al acecho de las mujeres. Un hombre que tuviera la delicadeza y la habilidad de hacerla sentir que no la necesitaba. Un hombre que nunca la esperara porque el presente le fuera simpre suficiente. Un hombre que, pese a no tener nada, fuese sobrado. Un hombre dispuesto a preservar su libertad por encima de todo, incluso de ella. He aqui lo que siempre habìa estado buscando sin saberlo: alguien a quien sobrar."

Imma Monsò

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